Organdí
Agustina Crespo
“Estoy sentada en el lugar de siempre, en el mismo sitio. Esperando vengas”. El verso de Marosa di Giorgio resume la situación estacionaria de las cuatro mujeres que llevan adelante la escena de Organdí, una obra que pone a la música en diálogo con otras artes, siguiendo la premisa que hilvana el ciclo anual de encargos del Espacio de Arte de la Fundación Osde.
En este caso, la poesía de la uruguaya se articula con la música de Agustina Crespo y la puesta en escena de Azucena Lavín, y ambas participan como intérpretes junto con la cantante Johanna Pizani y la violonchelista Anahí Parrilla Belfer. El cuadro se completa con la proyección del video de Daniela Grandinetti, actuado por Moyra Agrelo.
Sobre una puesta mínima (una mesa cubierta y rodeada de naranjas), las voces y los cuerpos son los encargados de llevar adelante la obra, menos una narración que una zona de recuerdos cifrados. “Fuimos a vivir al agua, llevamos cajas, tazas, roperos, tabiques, cocinamos, hicimos cosas eróticas”. La infancia y los repertorios perdidos se funden con la memoria o la fantasía sexual, “las mujeres tan blancas flotábamos con la rosa en el aire y los hombres al desnudarse semejaban dioses. Hicimos muchas cosas y parecía que no terminaba más el día”. A esos tiempos rememorados se opone un presente quieto. Los tenues desplazamientos de las intérpretes parecen ensayar variaciones de una espera fútil y los textos logran sonar con el tono de una derrotada intimidad.
Pero son las notas lánguidas del violonchelo y los segmentos cantados los que terminan de moldear el clima de la obra, desde una baguala intimista hasta el único dúo enérgico, mezcla de canto y grito (“Que me den la rosa, el clavel, la gardenia húmeda”) sin perder el tono de un soliloquio desesperado. El video cierra la obra presentando una virgen embarazada, como una imagen religiosa en medio de un bosque, que luego se muda al interior de una casa, espacio íntimo subrayado por el efecto de contraluz.
Agustina Crespo pertenece a una nueva generación de compositores de “música escrita” cuya búsqueda, ajena a manifiestos o premisas comunes, converge en algunos puntos. Además de seguir el camino iniciado al final del siglo XX, relajando las prohibiciones estrictas que la modernidad impuso al ritmo métrico y a la consonancia, aparece un profundo interés por lo interdisciplinario. Cruces, puntos de convergencia para artistas de diferentes ámbitos, como Inverosímil, de Patricia Martínez (que combina música, títeres y video), o Corrección, de Valentín Pelisch (que suma la literatura hablada y proyectada en escena como texto). Y dentro de la práctica musical misma, ciertos horizontes se amplían al admitir el uso de materiales que puedan connotar referencias a cualquier momento de la historia de la música, no necesariamente con la mirada posmoderna de la cita, sino más bien para dinamizar el discurso a partir del contraste, admitiendo un montaje que para los cánones modernos hubiera estado vedado. Según el compositor Diego Taranto, cuyas obras toman signos de procedencias diversas, estamos en una época “inclusiva” de la composición.
Parte de este territorio, Organdí está entre las obras que renuevan el modo de hacer música en escena, integrando la textualidad, la corporalidad y la vocalidad de un modo orgánico.
Organdí, de Agustina Crespo sobre textos de Marosa di Giorgio, dirección de Azucena Lavin, La música en diálogo con otras artes. Tercer ciclo de música contemporánea, Espacio de Arte Fundación Osde, Buenos Aires, 25 y 26 de abril de 2014.