Ir del mapa al microscopio
En este notable álbum, las flautistas argentinas Patricia García y Juliana Moreno muestran que hasta en un universo tan aparentemente cerrado como el de la llamada música contemporánea reina la más febril de las diversidades.
Una posibilidad es el mapa. Una generalización. El borramiento de lo pequeño para permitir una buena comprensión del conjunto. La otra es el microscopio. Allí, al contrario, todo aquello que parecía homogéneo se vuelve infinitamente rico y variado. El notable disco del dúo MEI, conformado por las flautistas Patricia García y Juliana Moreno, es ambas cosas a la vez. Por un lado, delimita un campo. Por otro, lo dinamita. O, por lo menos, muestra, agradeciblemente, que hasta en un universo tan aparentemente cerrado como el de la llamada música contemporánea –y es más, la argentina y sudamericana, y de cámara y escrita para dos flautas– reina la más febril de las diversidades.
El nombre del disco, Territorio, algo dice al respecto. Aunque quizá sean aún más significativas las palabras que, difuminadas, se alcanzan a leer en la portada y que posiblemente completen su sentido: “el espacio invisible del aire”. Publicado de manera independiente, este disco es una de las ediciones más importantes entre las realizadas últimamente en la Argentina. Al igual que en el caso del grupo vocal Nonsense, un proyecto independiente, guiado más por el amor y por las infinitas ganas que por cualquier probable cálculo, logra un nivel altamente inusual para el medio local. Y donde al interés propio del material –un interés, si se quiere, más teórico– se une la calidad y musicalidad de las interpretaciones, además del primoroso cuidado en la edición.
Mapa y microscopio, están aquí los rasgos comunes –una preocupación por la tímbrica, por la materialidad del sonido y, eventualmente, la presencia de las prácticas extendidas (es decir las maneras de lograr, en este caso, que una flauta no suene como una flauta)– y, también, las maravillosas diferencias. No todos se preguntan lo mismo, con respecto al sonido y a lo que es –o puede ser– el hecho musical. Y, desde ya, nadie responde –o lo intenta– de la misma manera que otro.
El territorio, en este caso, cubre compositores de distintas generaciones: Gerardo Gandini, Eduardo Bértola y el ecuatoriano Diego Luzuriaga, entre aquellos que en los ’70 ya tenían una obra considerable detrás; Juan Carlos Tolosa, Marcos Franciosi, Agustina Crespo y Valentín Pelisch, entre quienes en ese momento eran apenas niños o ni siquiera habían nacido. Bértola y lo tenue, en “Anjos Xipófagos” y Gandini y la posibilidad de una poesía que anide en los intersticios, en “A Cow in a Mondrian Painting”, definen, en los ’60 y ’70, un territorio que, cuatro décadas después, prolifera y se ramifica en múltiples direcciones. Y encuentra puntos altísimos en la bella “Entrópica”, de Franciosi, que va de la opresión a un lirismo tan intenso como enrarecido, el teatro devenido sonido, o lo contrario, en “Telegramas”, de Agustina Crespo y la ebullición casi nerudiana de la extraordinaria “Tierra… Tierra”, de Luzuriaga.
“Pensar en un territorio es pensar en modos de apropiación, en posesión literal o imaginaria, en cartografías personales o colectivas”, escribe Franciosi en las notas del disco. Pregunta acerca de cuál es la clase de apropiación realizada por MEI. Y concluye, certero, que se trata “de una apropiación acústica-espacial y de un agenciamiento del sonido encarnado en el físico, en el músculo como fuerza axiomática. Es, por lo tanto, ese ‘cuerpo eléctrico’ el que caracteriza sus interpretaciones, el que reconfigura el tiempo físico en experiencia vivencial”.